Dos años mayor que yo –dos años que él había aprovechado–, habiendo encontrado más joven un camino mejor, sabía mucho más, sobre todo; pero la verdadera superioridad que se reconocía y que saltaba a la vista, era la pasión tranquila y apasionada que lo arrojaba hacia sus libros por escribir.
En efecto, si me comparaba a él ¡qué tibieza en mis fiebres! Yo me había creído excepcional porque no concebía vivir sin escribir: él sólo vivía para escribir.
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