Isabel Allende y su hija Paula
Aprendo a reconocer al detalle el
amor infinito e indestructible de una madre por su hija, me escabullo entre las
páginas de este libro que me lleva con el alma a límite, lejos del análisis o
comentario literario para el cual no creo tener habilidades ciertas, logro crecer como ser humano a través del dolor, hago un recorrido en la historia
de esta gran mujer, pujante, valerosa, dueña de una voluntad espartana que no se
quiebra ni en los instantes donde la vida que fue gestada de su misma sangre parece desvanecerse en la desesperanza, sin que por esto deje de pintarse el
sentimiento sublime del amor maternal acariciado en la tragedia.
Camino
en sus palabras por el Chile revolucionario de Salvador Allende, ensombrecido en
la nefasta noche de las armas fratricidas, recorro Beirut, Caracas, Madrid, San
Francisco, y tengo que aceptar que
aprendo en cada palabra escrita con la impronta de una sensibilidad
extraordinaria, me deleito literariamente sin embargo no dejo de ser un
caminante en el paisaje del exilio, puedo palpar la Venezuela del derroche
petrolero por la que algún momento camine sorprendido en la tibieza del
amanecer caribeño, pero nuevamente emerge el dolor encendido en los pasillos de
aquel hospital en Madrid, donde Paula se aferra con sus últimos destellos a la
vida, siento el bullir travieso de esas callejuelas
que algún día me acogieron dejando en mí, el asombro de una extraña belleza, me
pregunto cómo explicar tanto sentir, cómo verter en palabras exactas un
corazón depositado en la esperanza.
“La vida es un ruido entre dos silencios
abismales”
Isabel Allende
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