Llegué pasadas las ocho de la noche por motivos de una leve dolencia que quería descartar, permanecía indiferente en la sala de emergencia de un hospital de la ciudad, había mucha gente en el pequeño habitáculo, sin embargo lo primero que despertó mis sentidos fue ver el rostro de la gente, algunos reunidos en expresión de angustia, un hombre tenía su mano cubriéndose la boca y la expresión de su mirada era de un asombro sobre lo inevitable, rostros que emitían emociones grises y dispersas, podía sentir aquella atmósfera incierta que parecía impregnarse en las blancas paredes de aquel espacio hospitalario, esa actitud de expectativa aferrada a la esperanza en medio de la noche.
De pronto pasó una chica, no más de 15 o 16 años pensé.., su rostro era fresco, tierno, rozagante, desprendía una vitalidad pese a su manifestación de preocupación, vestía un abrigo negro y una falda color rosa y llevaba un bebé en brazos, a continuación se escuchó el sonido estridente de la sirena de una ambulancia, un hombre ingresó presuroso y pidió una silla de ruedas al dependiente de la ventanilla, casi al instante ingresaba un hombre ya entrado en años que presentaba una grave dificultad respiratoria según lo pude notar, pues hacía un gran esfuerzo para poder comunicar unas pocas palabras a sus allegados, a su lado una mujer de edad similar a la de él se mantenía a su lado, el hombre de la silla de ruedas tenía la mirada perdida en la nada cuando de pronto empezó a convulsionar ante la atónita mirada de quienes nos encontrábamos en la sala de espera, el anciano cayó al piso provocando un golpe seco seguido de un imperceptible y eterno silencio, al instante el personal médico salió como una turba para trasladar al hombre al espacio destinado para la intervención médica, al cerrarse las puertas corredizas, solo podía escuchar voces confusas de galenos y enfermeras tratando de evitar que se escape la vida del anciano, tiempo después llamaron a un familiar del anciano para comunicarle que fue imposible hacer algo por él, un infarto agudo de miocardio terminó con su vida.
Mientras escuchaba a la gente deshacerse en llanto y desgarrarse en dolor, miré hacia mi costado, allí estaba la chica adolescente sentada junto a mi, mientras miraba la trágica escena, la joven estaba serena, inmutable y casi ausente, daba de lactar a su tierno hijo de pecho, pensé entonces...
La vida no es más que el espacio en el que transitamos dividido por dos extremos, nacer y morir.
Me han encantado las descripciones de tu trágico y bien narrado microrrelato, donde su mensaje queda evidente: el ciclo de la vida, o lo que tu defines como espacio por el que transitamos dividido por dos extremos, nacer y morir. Un espacio efímero y como decía Calderón de la Barca en el monólogo de Segismundo. " ¿Qué es la vida? Un frenesí.
ResponderEliminar¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Un abrazo.
Que amable eres , solo puedo decir muchas gracias , que bueno poder compartir textos y acercarnos a las letras , en breve visitaré tu casa literaria que para mí es una motivación. Un abrazo para ti.
ResponderEliminarDurante la vida somos partícipes de un juego inevitable: el de ser testigos y algunas veces protagonistas de un continuo trasiego de vida. En su origen y su final. Estamos de paso como en la sala de espera que describes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Has escrito un texto lleno de interés que atrapa con ese entrecruzar de circunstancias dolientes que acaba en esa doble cara: la vida y la muerte.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias , por su comentario , la verdad que no había en este texto otro motivo sino el de hacer una catarsis para dejar en equilibrio esos sentimientos agolpados en las profundidades del alma. Un abrazo
ResponderEliminarQue la sensibilidad permanezca siempre en ti... tu legado literario son gotas de agua fresca en el desierto de la distracción de esta época. Un abrazo!
ResponderEliminarAcertada reflexión final, Pablo, y hay que aceptarlo con serenidad.
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